sábado, 29 de diciembre de 2012

WISLAWA SZYMBORSKA



Este año, que acaba, fue el año en que murió Wislawa Symborska. No la conocía hasta que en 2011 una amiga me habló de ella. Era una escritora polaca. Premio nobel por más señas. Vivió la guerra. Y sobre ella trata parte de su obra. Una obra que me estremece.
Le quiero hacer un homenaje,  y releer de nuevo este poema que representa todo lo que he pienso sobre la guerra, el paso del tiempo, el olvido del sufrimiento y sacrificio. La terrible tendencia a repetir errores del hombre.










FIN Y PRINCIPIO


Después de cada guerra
 alguien tiene que limpiar
No se van a ordenar solas las cosas,
digo yo.

Alguien debe de echar los escombros
a la cuneta
para que puedan pasar
los carros llenos de cadáveres.

Alguien debe meterse
entre el barro, las cenizas,
los muelles de los sofás,
las astillas de cristal
y los trapos sangrientos.

Alguien tiene que arrastrar una viga
para apuntalar un muro
alguien poner un vidrio en la ventana
y la puerta en sus goznes.

Eso de fotogénico tiene poco
y requiere años.
Todas las cámaras se han ido ya
a otra guerra.
Al reconstruir puentes
y estaciones de nuevo,
las mangas quedarán hechas jirones
de tanto arremangarse.

Alguien con la escoba en las manos
recordará todavía como fue.
Alguien escuchará
asintiendo con la cabeza en su sitio.
Pero a su alrededor
empezará a haber algunos
a quienes les aburra.

Todavía habrá quien a veces
encuentre entre hierbajos
argumentos mordidos por la herrumbre,
y los lleve al montón de la basura.

Aquello que sabían
de qué iba la cosa
tendrán que dejar su lugar
a los que saben poco.
Y menos que poco.
E incluso prácticamente nada.


En la hierba que cubra
causas y consecuencias
seguro que habrá alguien tumbado,
con una espiga en los dientes,
mirando las nubes.




lunes, 17 de enero de 2011

Nuevas tendencias


No me importa reconocer, a riesgo de parecer pedante o inmodesto, que siempre he sentido en mi interior esta alma de artista. De pequeño ya tenía esta sensación. No, no era una sensación. Era una certidumbre. Desde muy joven fui experimentando las diferentes ramas del arte, llamando humildemente a las puertas de las diferentes musas.  Sin embargo, tuve que buscar una salida profesional estable mientras me labraba mi definitiva carrera vocacional. Así que me hice funcionario.
Al tiempo, descubrí que era la fotografía la disciplina artística con la que me siento más a gusto, la que me permite plasmar mejor mi perspectiva del mundo. Juego con la luz, con los objetos que fotografío. Capto la expresión, el alma de las personas con mi cámara. En definitiva, interactúo con la realidad.

Iba pasando el tiempo,  y mi carrera artística, por  así denominarla, no avanzaba. Por alguna razón, no conseguía que mis fotografías llegasen al público.  Llegué a exponer en un par de salas, pero la crítica no lo valoró como yo esperaba y en cuanto al público permaneció prácticamente indiferente a mis paisajes y mis inocentes escenas tomadas de la vida cotidiana.
Era evidente que necesitaba un impulso, algo que diera un giro a mi obra. Y un día, mientras realizaba mi trabajo, como una revelación, supe lo que debía hacer. Si el público no sabía apreciar mi obra, tendría que hacer descender ésta a cada persona en particular. Pedí un traslado en la administración que me permitiera experimentar con esta nueva idea. Realicé  mis primeras pruebas, y al fin, di a luz lo que después he denominado metafotografía.

Respeto a esas críticas que recibo, que puedo decir de ellas?
Algunos opinan que lo que hago no es arte.  No creo que se hayan parado siquiera a reflexionar sobre  ello. Pues, ¿qué es el arte sino emocionar a los que contemplan la obra?. Impresionar, hacer reflexionar, incluso conseguir que reaccionen. Que se remuevan sus tripas incluso, si es posible. Y puedo garantizar que mis fotografías no dejan indiferente a casi ninguno de las personas que se ven retratadas en ellas. Incluso he recibido quejas de los protagonistas de mi arte. Y esto lo considero la confirmación de mi triunfo. Porque la metafotografía es justamente esto: una técnica que me permite captar el cambio que produce en una persona el hecho de estar siendo fotografiado. La fotografía como desencadenante de reacciones no tras ver la toma, sino por el mismo hecho de realizarla en un momento muy determinado. Resumiendo,  defino la metafotografía como la fotografía que se observa a si misma en cuanto modificadora de la realidad cotidiana.
Aplicando esta técnica, o  este arte, conseguí dotar de una plasticidad, de una calidad artística a mi trabajo como funcionario, de la que carecía totalmente. Y también he logrado realizar el sueño de cualquier artista, lo reconozca o no: dar a conocer su obra a la sociedad, al mayor número posible de personas. He trabajado, trabajo día  a día para ello. Y puedo decir orgulloso que miles de personas han contemplado mis fotografías. Y todos, prácticamente todos, se han emocionado con ellas.
Esto es enriquecedor. Pero es en el mismo momento de realizarlas cuando alcanzo el clímax artístico, en el instante en que mi CANON capta la expresión  del protagonista de la escena al verme con la cámara en las manos.

Yo voy a continuar con mi tarea durante los próximos años, eso es indudable. Es un proyecto a largo plazo. Y me veo apoyado por la administración, lo cual es de agradecer pues pocas veces ésta apoya un trabajo creativo como el mío. Durante el día efectúo numerosas fotografías , pero sólo en unas pocas logro la imagen buscada. No hay que olvidar que dadas las características de mi técnica, sólo dispongo de una o –a lo sumo- dos oportunidades para captar como deseo la emoción del momento.  Pero el esfuerzo vale la pena. Como ya  he dicho anteriormente, el público se emociona con mi obra. Llego hasta ellos.
Las críticas negativas... no me afectan, aunque creo que en realidad son positivas en cuanto promueven un debate sobre el arte y las diferentes percepciones del mismo.






La creación


En plena calle, su lugar habitual de trabajo e inspiración, el fotógrafo cambia de posición varias veces buscando un encuadre que le parezca satisfactorio. La luz mortecina de la farola no parece ayudarle demasiado. Finalmente, sonriendo para sí, prepara su equipo para el disparo. Ajusta el diafragma y el tiempo de exposición de acuerdo a las condiciones de luz. Por supuesto, a veces realiza su trabajo dejando estos ajustes al programa automático de su cámara. Pero cuando siente que de una situación puede surgir algo especial, prefiere ajustarla personalmente. Es la forma de asegurarse de que se va a aprovechar al máximo la única toma que puede hacer. Perfecto, se dice. Ese hombre que llega corriendo casi jadeando, con expresión entre preocupada y enojada, sin duda entra en el encuadre. Esperaré que se acerque un segundo más un instante ahora ... ahora    ¡clic!

Observa en el visor digital de su cámara la fotografía recién efectuada. Se siente satisfecho. El encuadre ha resultado perfecto. El propietario del vehículo mirando irritado la escena, precipitándose hacia la misma. Y en primer plano, las líneas del suelo, con las marcas en amarillo; la matrícula; la parte trasera del vehículo ya enganchada con la barra de arrastre de la grúa...
 
Sólo resta el formulismo de rellenar en su libreta de denuncias la correspondiente por estacionamiento indebido, consignando el nº de fotografía y su código identificativo de agente de la Guardia Urbana. Algo sin ninguna importancia para su creatividad artística, pero totalmente necesaria e inherente a su trabajo diario.

A continuación, sonríe mientras indica al ciudadano que si lo desea  recibirá por correo la denuncia con la fotografía que acaba de realizar. Sigue sonriendo mientras observa la expresión, el mohín del ciudadano. Y piensa en la incomprensión y  falta de sensibilidad pues... ¿qué artista envía personalizada su obra al domicilio del público interesado?.

sábado, 25 de diciembre de 2010

La navidad, esta navidad, todas las navidades

La guardia civil descubre tres naves llenas de trajes de pastorcillo falsificados. Por lo visto alguien tiene la patente de estos disfraces y había detectado que circulaban por las tiendas algunos no fabricados por él.





Otra navidad. Una más. Ya pasó la nochebuena, sin más problemas que ese misterioso desasosiego profundo, difuso e irrazonable. Ya es navidad. Estoy desayunando, apenas un café con 3 galletas sin azúcar, en un intento –vano e insuficiente, desde luego- de compensar los excesos de anoche, y los que vendrán de aquí a pocas horas. Sigo mi liturgia navideña, la mía propia, como cada año. Desayunar solo,  leer, escuchar el disco “Dioptria” de Pau Riba, con sus melodías melancólicas, tristes y satíricas, rebobinando 2 o 3 veces para escuchar “D’un matí , de una nit de nadal” varias veces. Suena ya horriblemente, pero lo sigo escuchando en casete. En estos días de tradiciones familiares,  religiosas, y sociales - que rechazo por tantas razones externas e internas -  me hace bien tener alguna mía propia. Aún sintiéndome un poco lobo estepario, quiero seguir sintiéndome lobo.
Me produce tristeza ver como cada año las calles están menos iluminadas. Y no me refiero a las calles comerciales,  iluminadas por los comerciantes que cada año quieren hacer su agosto en navidad. Me refiero a balcones y ventanas. También me  duele ver como la gente se burla de las tradiciones y la misa del gallo, por ejemplo. Me debería dar igual ¡yo me he burlado tantas veces!.. Supongo que siento este dolor por varias razones. Veo morir poco a poco el mundo navideño de mi infancia, de mis años pasados; todo se vuelve más y más material. Lo importante –lo único, casi ya- es que consumamos lo más posible y no pensemos en lo que tenemos encima. Más individualismo. Casi prefiero la hipocresía aquella de “¡Navidad! Época en que todos tenemos buenos sentimientos, y nos reunimos con la familia” y se hacía el paripé cantando villancicos.  No he escuchado un solo villancico por las calles de Esplugues. Mala suerte, quizás. Porque no considero villancicos a la música que  se escucha en los almacenes y supermercados. Eso es márketing, no villancicos.  Quizás los que tengan niños pequeños lo ven de otra manera. Seguro que sí. Dicen que la ilusión que se percibe en sus ojos te hace ver la navidad de otra manera. 
Tanto desprecio que siento hacia la navidad y toda su parafernalia cristiana, tan falsa y llena de impostura y mentira. Liturgias robadas a otras religiones, además. Tanto desprecio, para acabar por echarla de menos. Pero ya lo dijo un tal Chesterton: El problema de que la gente deje de creer en dios no es que ya no crean en nada, sino  que  están dispuestos a creer en todo". Y eso es lo que veo, la gente creemos en la más disparatada de las cosas para llenar esa aparente necesidad de creer en algo. Y empezamos por creer en el dinero.

Esta tarde veré alguna película. Tengo el antojo de Doctor Zhivago. Con esa y Smoke ya tengo la tarde cubierta del todo. Smoke empieza a ser un clásico en mi casa por navidad. Aparte de que es una magnífica película coral y de que  William Hurt, Harvey Keitel, Forest Whitaker y los demás consiguen a veces –siempre en navidad- hacerme llorar en las últimas escenas, aparte de eso, se convertirá pronto en una película maldita, quizás hasta la consideren X, porque... ¡todos fuman!. 
En fin, con los DVD, unas pipas y el vodka, engañaré a la tristeza y pasará otro 25 de Diciembre. O quizás no la engañe y se siente a mi lado a ver las pelis, ¡a saber!.
Quizás lea también algo, va siendo hora de acabar con “El idiota” de Dostoievsky, leer con calma algunos poemas de Wislawa Zymborska (gracias, Mónika, por “presentarme” a tu compatriota).  Pero, para hacer todo esto, aún hay que pasar por la comida de Navidad y simular que  estoy alegre. O quizás, estarlo de veras.


Nunca había buscado la letra completa de “D’una nit, d’un matí de nadal” .
Uf!

Llum als carrers, de colors,
campanetes i estrelles,
cançons i nadales que s'emporta el vent
pels racons dels carrers plens de gent.
Lluminosa nit de Nadal!

Panderetes, simbombes,
trompetes de festa, barrets de paper,
grans bigotis postissos, disfresses
i gresca guitarra i timbal.
La joiosa nit de Nadal!

Amb el pas vacil·lant, la trompeta a la boca
i l'ampolla a la mà, de conyac, tot tocant,
tot bevent, caminant solitari i vaiver
per les Rambles avall.
La serena nit de Nadal!

I heus aquí la baralla!
La dona que enmig del carrer vol que torni
a la casa el marit i no es gasti els diners
convidant embriac els companys a xampany.
L'amigable nit de Nadal!

I heus aquí les riuades de gent que només
perquè avui és Nadal s'han llançat al carrer
disfressats, fent soroll i cantant i cridant,
i els petits com els grans.
És la plàcida nit de Nadal;

I heus aquí com les meuques guarnides de festa
quan entren i surten, avui més que mai,
de les habitacions van cantant,
les cançons del Sud de Nadal!

I del que era la Fira de Santa Llúcia,
les branques d'avet i de grèvol i els trossos de pi,
ara en resta sols una foguera
a sota de la catedral.
És la santa nit de Nadal!

Una cega velleta s'hi acosta i s'adorm
i una dona gitana hi apropa la cara i les mans
dels seus fills que gemeguen
de fred i de gana
en la clara nit de Nadal!

Mentre el fum se'n va ple de guspires
i mentre un caixó vell s'enfonsa en el foc,
grups de gent que han anat a l'església
se'n van cap a prendre turrons i xampany.
Són poquets que ja tornen de la missa del gall
Aquesta es la nit de nadal!

lunes, 6 de diciembre de 2010

Para empezar, un antiguo relato...

Aquí es. Frente a esta óptica junto al mercado. Espero que no se retrase. Detesto esperar. Lo odio casi tanto como que me den plantón. También espero que hoy, esto no ocurra.

Espero, observo a la gente, el bullicio. Personas que deambulan; vendedores de las paradas; algún asiduo de bares; curiosos; compradores del mercado. En una esquina, una chica de pelo lacio y falda marrón habla por el móvil. A sus pies, numerosas bolsas de ropa de marca cuyos contenidos esperan ser llevados a su nuevo hogar. Lleva también unas botas que le hacen parecer un poco menos baja de lo que es. A su espalda, a unos 30 metros y varios  ruidos entremezclados de distancia, un chico habla también por teléfono. Está muy cerca de mi. Más bien alto, espigado, joven. Apenas debe tener 25 años. Habla de forma muy animada y sus ojos parecen lanzar destellos nerviosos, iluminando y fijando más la atención sobre la sonrisa que luce en su mano transformada en ramo de rosas. Un complemento poco habitual en  un chico de su edad, pienso.

A modo de  escondite, un puesto de ropa parece prestarle un poco de confianza y seguridad. La va perdiendo conforme decide avanzar hacia la chica, tras un par de minutos más de conversación. Los mirones -¿habrá alguien más observando la escena?- casi podemos sentir su nerviosismo. Me veo un poco contagiado, en alguna medida lo hago mío. Se detiene tras ella, apenas a un par de metros de distancia. Habla ahora en un susurro. A ella no puedo verle el rostro, pero por sus movimientos advierto que no cesa de hablar, completamente ajena a lo que ocurre a su espalda.

Finalmente, tras un instante que a él debe hacérsele angustioso, se decide. Cierra el teléfono y  tras preparar ambas sonrisas -la del rostro y la envuelta entre espigas -, pronuncia su nombre en voz alta.

Es el momento esperado. Me siento un intruso pero continúo mirando hipnotizado la escena. Ser testigo no invitado del encuentro, recoger el reflejo de la alegría. Del beso.

Ella se da la vuelta. Sostiene su mirada un instante, dos, tres segundos que él emplea en acercar aún más el ramo.
Parece que va a decir algo. Pero no. Finalmente, sin una palabra, recoge las bolsas del suelo, y girándose nuevamente se aleja a paso vivo, dando la espalda al chico y a las flores. El la persigue, la llama de nuevo, una y otra vez. Su propia sonrisa se ha tornado mueca y el ramo, casi se arrastra por el suelo. Se alejan rápidamente. Ruega, parece darle dios sabe qué explicaciones o razones. Ella, firme, hace oídos sordos y es insensible a las palabras y a las flores que así ,de repente, parecen estar ya marchitándose.

Están ya lejos. Pienso en el teléfono de mi bolsillo. Miro mi mano izquierda, que sostiene un bonito paquete con lazo rojo. Un regalo atrasado, a destiempo, culpable. Alzo la mirada y llego a distinguir por última vez a la chica de falda marrón. Me estremezco y me pregunto si casualmente se llamará Lidia.